La Vida y Obra de Teresa de Lisieux: La Santa de las Rosas

 Infancia y juventud

 
Teresa Martin nace el 2 de enero de 1873 en Alençon, una pequeña población de Normandía. Es la 9ª hija del matrimonio que forman Luis Martin y Celia Guerin. La pequeña es recibida con alegría en un hogar que había sido castigado con la muerte de 4 de sus hijos, 2 de los cuales eran varones. Luis y Celia suspiraban por un niño que llegara a ser sacerdote, pero acogen el regalo que Dios les hace en la pequeña Teresa.
La infancia de nuestra santa transcurre entre la alegría y el amor que le procuran sus padres y las cuatro hermanas mayores (Paulina, María, Leonia y Celina) y el dolor que la muerte siembra en su hogar cuando la madre, Celia, muere de cáncer el 28 de agosto de 1877. Toda la familia se traslada entonces a Lisieux, donde existe un Carmelo femenino al que pronto comenzarán a volar las hijas del buen Luis Martin. El año 1887, con sólo 15 años, Teresa hace a su padre una osada petición: ella también quiere ser carmelita. Detrás de esta sorprendente cabezonería no está sólo la llamada del Señor: también, hay que decirlo, influye desde el Carmelo su hermana Inés, quien lamentaba haber entrado carmelita -con 22 años- demasiado vieja. A pesar de la corta edad de su hija, Luis Martin no sólo no se opone a su decisión, sino que la apoya decididamente frente al superior del Carmelo, al Vicario e incluso al obispo. Vencida la resistencia del tío Guerin gracias a la influencia de Inés, Teresa y su padre llegarán hasta Roma en una peregrinación para obtener un permiso especial del Papa León XIII”.
 

A pesar de las habladurías que llenan todo Lisieux, acusando a las monjas de querer a la niña como juguete particular de un Carmelo en el que ya vivían dos de sus hermanas, el obispo de Bayeux-Lisieux accede al ingreso de Teresa, que se producirá un 9 de abril de 1888.

Poco después, la vida de Luis Martin se convierte en un calvario por causa de varias congestiones cerebrales que le llevan a la demencia. Atendido por Celina y Leonia, muere en 1894. Teresa le dedica su Plegaria de la hija de un santo.

Carmelita.

Mientras, en el Carmelo, Teresa afirma haber encontrado la vida religiosa tal y como se la imaginó. La pobreza material y la dureza de la vida carmelitana no le asustan. Las carmelitas de Lisieux comenzaban su jornada con la Eucaristía a las 7 de la mañana, seguida de la acción de gracias. A las 8, un desayuno compuesto de una sopa espesa que se tomaba de pie; esta comida se suprimía en los días de ayuno. A las 8:15 comenzaba el trabajo y a las 9:50 la comunidad se reunía para el examen de conciencia en el coro.

A las 10:00 llegaba la hora de la comida, de la que se excluía la carne salvo caso de enfermedad. Cada religiosa podía beber un vaso de sidra durante la refección. En el transcurso de la comida se leían puntos de las Constituciones y los viernes, la Regla. Se leían también biografías y El Año Litúrgico de Dom Guéranger. Para la Cuaresma se reservaba la lectura de una Vida de Jesús.

A las 11 comenzaba la recreación, en la que las hermanas realizan trabajos manuales al tiempo que conversan animadamente. Un grupo de religiosas tenía que privarse de la recreación para atender a las tareas de la cocina. A las 12, las monjas cuentan con una hora de tiempo libre en silencio, que en verano puede emplearse en dormir la siesta.

A las 13:00 comienza de nuevo el trabajo. Cada religiosa se encarga de un ámbito de la casa: sacristía, refectorio, talleres de pintura, madera, ropería, etc... A las 14:00 el rezo de Vísperas y a las 14.30 la lectura espiritual, que en el noviciado se sustituía por una reunión entre la Maestra y las novicias. A las 15:00 suena la campana recordando la muerte de Cristo. Allá donde se encuentre, la carmelita se arrodilla, besa el suelo y, después, el crucifijo. En esa hora se inicia el trabajo común en el lavadero, que debe terminarse antes de las 17:00, hora en la que la carmelita de Lisieux se retira para hacer oración.

A las 18:00 comienza a la cena, que ha terminado a las 18:45, hora en la que hay una segunda recreación. A las 19:40 las religiosas se retiran para rezar completas y de 20 a 21 disfrutan de una hora más de silencio. Después, el rezo de maitines y laudes y, entre 22:30 y 23, el descanso.

En cuanto al caudal humano, cuando Teresa recibe el hábito, pocos días después de haber cumplido los 16 años (10/1/1889), hace el número 25 en su comunidad. 13 hermanas eran mayores de 50 años, 8 eran mayores de 30 y menores de 49 y 3 -entre ellas dos hermanas de Teresa- tenían 27, 28 y 29 años. La media de edad de la comunidad era, por tanto, de 50 años. En enero del 92 se declaró una epidemia de gripe en el Carmelo que redujo la edad media a 44 años, al fallecer varias hermanas mayores e ingresar jóvenes.

Teresita habla claramente en su Historia de un alma de las espinas que encontró en sus primeros años de carmelita (Ms A, 69vº-70rº). Nada, sin embargo le causó sorpresa. Probablemente Teresa conocía ya algunos problemas existentes en el Carmelo; además, ella iba allí con el deseo de asumir cualquier posible sacrificio.

La Madre María de Gonzaga, tomando el testigo de la Madre Genoveva -fundadora-, había sido la auténtica organizadora del Carmelo de Lisieux. Aunque cometiendo alguna irregularidad en favor de su familia, logró sacar adelante las obras que finalizarían el convento. En sus 42 años de vida religiosa fue subpriora 6 años y priora 22. En vida de Teresa lo fue desde su entrada hasta el 20 de febrero del 93, y del 20 de marzo del 96 hasta la muerte de nuestra Santa. De personalidad controvertida, murió de cáncer de lengua el 17 de diciembre de 1904. Los testimonios de la época nos permiten evocarla como autoritaria, susceptible, cambiante, impulsiva, preocupada por los intereses de su familia, apegada a su gata Mira, a la que se alimentaba con hígado de ternera, no siempre atenta a asegurar el silencio en su Carmelo, ni a guardarlo ella misma. Al lado de esto, enérgica, mujer de seso y buen consejo, de luces y puntos de vista espirituales elevados, celosa del bien... En resumen, una personalidad acusada, pero que resultaba demasiado embarazosa, cuando no encontraba en el ejercicio del poder ocasiones regulares de afirmarse. En cualquier caso, convendría revisar críticamente lo dicho hasta ahora, pues la historia recibida la han escrito los vencedores: Madre Inés de Jesús, Paulina Martin.

Es claro que en el Carmelo de Lisieux había dos bandos bien diferenciados. De un lado, el encabezado por la Madre María de Gonzaga, del otro, una oposición encarnada en Madre Inés. Parece cierto que Madre Inés fue la delfina de Gonzaga, además de confidente de Madre Genoveva, quien se plegaba a los caprichos de la primera sin hacerle oposición, en parte por su deseo de anonadarse, identificándose con la Santa Faz. En esta línea, habría sido Madre Gonzaga quien, en febrero de 1893, señaló a la comunidad de Lisieux a Inés como la religiosa adecuada para sustituirla. Lo cierto es que ambas poseían la misma tenacidad y obstinación, la misma impulsividad y el mismo deseo de imponer su punto de vista; no llegaron a entenderse.

Teresita, en medio del campo de batalla sufrió sin duda las consecuencias de este sordo combate. Encontró un ambiente enmarañado y, por los testimonios de los procesos, podemos conocer algunos de los problemas con los que hubo de enfrentarse en sus comienzos como religiosa.

Desde 1893 Teresa es encargada de las novicias. Recae sobre ella la responsabilidad de educar a las jóvenes que van entrando en la vida carmelitana, a pesar de que sólo cuenta 20 años. En 1895 comienza a redactar los primeros recuerdos de su vida por mandato de Madre Inés de Jesús, nombre en religión de su hermana Paulina.

En 1896, la noche del Jueves al Viernes Santo Teresa sufre una hemoptisis; es el preludio de la dolencia -tuberculosis- que le llevará a la muerte. Continúa pese a la enfermedad con sus trabajos, sigue recopilando sus recuerdos y escribe algunos poemas. A principios de abril de 1897 la afección se revela con toda su crudeza y en agosto recibe la última comunión. Su hermana Paulina, Madre Inés, va recogiendo las últimas palabras de la Santa.

El 30 de septiembre de 1897, a las 19:20, muere Teresa Martin exclamando: ¡Oh, le amo, Dios mío, os amo!.

 

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