Por eso la contemplación cristiana no es simplemente volvernos hacia nuestro propio interior, para descubrir, en el fondo más íntimo de nuestro ser, esa condición divina que muchas veces se nos oculta. Es vuelta al interior para remontarnos desde allí hacia el origen del que nuestro yo está permanentemente surgiendo.
Es escuchar permanentemente en el interior esa palabra que permanentemente nos está descubriendo y realizando nuestra propia verdad.
La contemplación cristiana, escucha de la palabra de Dios, es posible gracias a la capacidad de Dios, que Dios mismo ha puesto y renueva permanentemente en nuestro interior: la palabra de Dios a nosotros presupone la palabra de Dios en nosotros; la existencia como tabernáculo exige la existencia como oyente de la palabra.